Una boñiga.
Juan José Millás
Del mismo modo que los alemanes, según Phil K. Dick, ganaron la II Guerra Mundial haciendo creer a los aliados que la habían perdido, quizá el teniente coronel Tejero, tras fingir que se rendía, tomó para siempre el Parlamento.
Fruto de ese golpe de Estado sería la realidad actual, en la que rige una Constitución que es papel mojado en sus máximas aspiraciones, ya que ni los españoles somos iguales ante la ley (y después de Gallardón menos) ni, según la última reforma laboral, tenemos el derecho al trabajo que antes al menos se nos reconocía en la teoría. Todo ello por no hablar de la entelequia esa de la vivienda digna o del acceso a la sanidad y la educación públicas.
Nos ha tocado en suerte, por si fuera poco, un ministro de Cultura beato cuya máxima aspiración es parecerse a un toro bravo españolista (no hay toros bravos simplemente españoles).
Más aún: se indulta a los banqueros ladrones y a los torturadores declarados mientras se deja escapar con triquiñuelas jurídicas a los capos de mafia internacional.
Así las cosas, cuando el PP compara al 15M con Tejero, no hace otra cosa que desviar la atención de sí mismo.
Ellos son Tejero.
No solo incumplen el programa que los llevó al poder, sino que saquean al ciudadano obedeciendo órdenes de las mafias financieras internacionales. Nada de lo que inspiró la Constitución del 78, comenzando por su preámbulo, sigue en pie ahora mismo.
Es cierto que se mantiene la formalidad de votar cada cuatro años, aunque ya el ciudadano ha quedado advertido de que la relación del partido ganador con su programa no es vinculante y que el voto, por lo tanto, vale lo mismo que una boñiga.
¿Quiénes, pues, son los verdaderos okupas, los que están dentro del Parlamento, teledirigidos por intereses foráneos, o quienes son minuciosamente apaleados, y en todos los sentidos, a sus puertas?
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