viernes, 4 de enero de 2013

Sobre fanáticos del fanatísmo..





Según la Real Academia, el fanático es una persona que defiende con tenacidad desmedida y apasionamiento, unas creencias u opiniones, sobre todo religiosas o políticas.”

A mi me parece que el fanatismo debería ser catalogado como una enfermedad mental peligrosa, que inhabilite quien lo padece, para ocupar un cargo de relevancia en un país. Me refiero a cargos de importancia, como puede ser el de presidente o presidenta de una nación.

Recuerdo que en mi infancia, el alcoholismo, la ludopatía, la cleptomanía, el síndrome de Diógenes o la anorexia, no eran consideradas por la sociedad como adicciones, trastornos mentales o enfermedades. Tampoco las fobias que sufren millones de seres humanos eran tenidas en cuenta, pero hoy muchas de esas anomalías ya son motivo de tratamiento medico. El cerebro guarda muchas incógnitas sobre el comportamiento humano, que poco a poco los expertos van sacando a la luz. Por eso, lo que antes era motivo de burla o castigo, hoy es motivo de atención y tratamiento medico, que pueden curar o atenuar el problema.

El fanatismo debería ser motivo de un estudio científico serio. Y no me refiero al fanatismo moderado, sino al fanatismo obsesivo que puede llevarnos al extremismo radical. El fanático obsesivo jamás cede en aquello que origina su anomalía. Solo se calma si le dan la razón o logra exterminar a quien él considera su enemigo. El fanático, aunque sea por una causa trivial, prefiere morir o matar antes que claudicar. ¿Cuántos fanáticos matan o mueren por defender a su equipo de fútbol? ¿Cuántos matan o mueren por un ideal político o religioso?

Por eso creo que el que padece fanatismo agudo, debería estar inhabilitado para ocupar cargos de importancia en la sociedad. De lo contrario seria como permitir que un ludópata dirija un Banco. Un fanático o una fanática, jamás deberían presidir el gobierno de un país. La historia atestigua que quienes han dirigido un grupo político o religioso desde el fanatismo, terminaron guiando a sus seguidores a un final con sangrientas consecuencias. Un fanático de la política jamás notará que puede estar equivocado, porque su cerebro le impide comprender y admitir cualquier teoría sobre su equivocación. Eso lo llevará a cometer numerosas tropelías, incluso cayendo en la ilegalidad, con tal de defender desde su vehemencia, la causa de su fanatismo.

Los fanáticos que he conocido y conozco, jamás han cedido o ceden en su obsesión, aunque haya pruebas fehacientes de que están equivocados. El fanático obsesivo considera que cualquier teoría, contraria a lo que ellos piensan, no es más que un complot urdido por la contra para arrebatarles lo que defienden desde su tenacidad desmedida. Un presidente fanático, terminará llevando su país al caos.

No solo por su actitud, sino porque a su alrededor se instalarán un enjambre de parásitos aduladores, que aprovecharán el fanatismo enfermizo del líder, para medrar y convertirse en parte imprescindible de la maquinaria del poder. De esa forma los parásitos aduladores, que rodean al líder fanático, son el instrumento perfecto para desarrollar un tejido de persecución, terror y dominio, eliminando a todos aquellos que la mente enfermiza del líder, o la líder, creen que pueden poner en peligro sus planes para conducir el país al paraíso que, él o ella, sueñan en su obsesión.

El fanático obsesivo tratará de enaltecer la figura de su ídolo, llenando para ello el país de monumentos e imágenes que lo recuerden.

Pero además, en su éxtasis de fanatismo, ordenará cambios de nombres en calles, plazas, estaciones, escuelas y en todos aquellos lugares que él o ella considere que pueden enaltecer la figura del líder de su movimiento. Esa adoración desmedida y obsesiva, ocasionará reacciones contrarias en parte de la sociedad, cuya cordura no ha sido afectada por el fanatismo.

Eso hará creer al líder fanático que hay un acoso contra su labor y que si las cosas van mal en el país, la culpa no es de él o ella, sino de todos aquellos que no acatan la doctrina y las reglas magistrales del sabio fundador del movimiento político o religioso, que ciegamente adora el o la fanática.

Los dirigentes fanáticos, envueltos en un manto de demagogia y ñoñería se creen dioses y solo admiten que por encima de ellos puede estar el líder, al que mencionan y enaltecen en todos sus discursos, evocando sus frases mas conocidas o mencionando recuerdos sentimentalistas, que enardecen a las masas, sumergidas en el opio sectario.

Si un fanático leyese este escrito, no se sentiría aludido. Solo los chupópteros que viven del líder psicópata se mostrarían ofendidos, pues saben que la realidad es que su negocio se basa en un engaño, nacido a la sombra de un ser mentalmente enfermo, que se considera el gran iluminado, salvador de la nación.

El fanatismo convierte a un pueblo en secta, al líder en dios y al país en un templo de miseria, persecución y terror. Latinoamérica tiene varios ejemplos.

Carlos A. Ochoa Blanco - Asturias - España

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